Apr 29, 2023
Lecturas:
Hechos 2,14.36–41
Salmo 23,1–6
1 Pedro 2,20–25
Juan 10,1–10
La tumba vacía de la pascua es una llamada a la conversión.
Por esa tumba tenemos la certeza de que verdaderamente Dios ha hecho a Jesús Señor y Mesías, como Pedro predica en la primera lectura de hoy.
El es el “Señor”, el hijo divino que David había contemplado a la derecha del Padre (cf. Sal 110,1.3; 132,10.11; Hch 2,34). Y es el Mesías que Dios había prometido para pastorear el rebaño disperso de la casa de Israel (cf. Ez 34,11–14.23; 37,24).
Como escuchamos en el Evangelio de hoy, Jesús es ese Buen Pastor enviado a quienes eran como ovejas sin pastor (cf. Mc 6,34; Nm 27,16–17). No sólo llama a los hijos de Israel, sino a todos aquellos que se encuentran lejos de Él, a quienes el Señor quiere que escuchen su voz.
La llamada del Buen Pastor conduce a las aguas tranquilas del Bautismo, a la unción de aceite de la Confirmación, y a la mesa y a la rebosante copa de la Eucaristía, como cantamos en el salmo de hoy.
En este domingo de pascua, nuevamente escuchamos la voz de Dios llamándonos “suyos”. Él debería despertar en nosotros la respuesta de quienes escucharon la predicación de Pedro: “¿Qué debemos hacer?”, gritaron.
Hemos sido bautizados. Pero cada uno de nosotros está descarriado como las ovejas de que escuchamos en la epístola de hoy. Cada día necesitamos aún arrepentirnos, buscar el perdón de nuestros pecados, apartarnos de esta generación corrupta.
Estamos llamados a seguir los pasos del Pastor de nuestras almas. Él, por su pasión, llevó nuestros pecados en su cuerpo para liberarnos del pecado. Pero su sufrimiento también es un ejemplo para nosotros. Debemos aprender de él a ser pacientes en nuestras aflicciones, y aceptar la voluntad de Dios.
Jesús ha ido por delante, conduciéndonos por el valle oscuro de la muerte y del pecado. Su cruz ha venido a ser la puerta angosta a través de la cual debemos pasar para alcanzar la tumba vacía: los verdes pastos de la vida en abundancia.