Mon, 28 May 2018
Readings: Exodus 24:3-8 |
Mon, 28 May 2018
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo Lecturas:
Éxodo 24, 3-8 Salmo 116,12-13, 15-18 Hebreos 9,11-15 Marcos 14,12-16, 22-26 Las lecturas de este día se ubican en el contexto de la Pascua. La primera de ellas recuerda la Antigua Alianza efectuada en el Sinaí después de la primera pascua y del éxodo.
Al rociar la sangre de la Alianza sobre los Israelitas, Moisés simbolizaba el deseo de Dios de hacerlos parte de su familia, de su sangre.
Citando a Moisés en el Evangelio de este domingo, Jesús da una nueva dimensión a este símbolo de la Alianza, elevándolo a una realidad extraordinaria : En la Nueva Alianza hecha con la Sangre de Cristo, podemos verdaderamente hacernos uno con su Cuerpo y Sangre.
La primera alianza hecha con Moisés e Israel en el Sinaí fue apenas una sombra de la Alianza, nueva y mayor, hecha por Cristo con toda la humanidad en el Cenáculo (cfr. Hb 10,1).
La Pascua que Jesús celebra con sus doce apóstoles actualiza y hace real lo que solamente fue un símbolo : el sacrificio de Moisés en el altar de doce pilares. Lo que Jesús hace hoy es establecer a su Iglesia como la Nueva Israel y su Eucaristía como el nuevo culto al Dios vivo.
Al ofrecerse a Sí mismo a Dios por el Espíritu Santo, Jesús libera a Israel de los pecados de la Antigua Alianza. Como escuchamos en la epístola de hoy, Él nos ha purificado por medio de su sangre, y nos ha hecho capaces de rendir un culto verdadero.
Dios no quiere obras muertas ni sacrificios de animales. Quiere nuestra carne y sangre—es decir, nuestras vidas—consagradas a Él, ofrecidas como sacrificio viviente. Ese es el sacrificio de alabanza y acción de gracias del que habla el salmo de hoy. Esto es la Eucaristía.
Lo que hacemos en memoria Suya es entregar nuestras vidas a Cristo y renovarle nuestro compromiso de servirle y ser fieles a su Alianza.
No hay otra cosa que podamos ofrecerle a cambio de la herencia eterna que él nos ha ganado. Por tanto, acerquémonos al altar para invocar su Nombre en acción de gracias y alzar «la copa de la victoria» (Sal 116,13). |
Mon, 21 May 2018
Readings: Deuteronomy 4:32-34, 39-40 |
Mon, 21 May 2018
Lecturas:
En esta nueva creación, somos ya parte de la familia de Dios, quien se ha revelado como Trinidad de amor. Compartimos su naturaleza divina por medio de la recepción de su Cuerpo y Sangre (cfr. 2 Pe 1,14) Ese es el sentido de las tres celebraciones que coronan el tiempo pascual : Pentecostés, la Solemnidad de la Santísima Trinidad y Corpus Christi. Estas fiestas deben recordarnos, en lo más íntimo de nuestro corazón, cuán profundamente nos ama Dios ; y cómo El nos escogió desde antes de la fundación del mundo para ser Sus hijos (cfr. Ef 1, 4-5). Las lecturas de este domingo nos muestran que todas las palabras y obras de Dios estaban encaminadas a revelar el misterio de la Santísima Trinidad y a traernos su bendición en Jesucristo, la cual heredamos por el bautismo y renovamos en cada Eucaristía. Mediante su palabra, el Señor llenó los cielos y la tierra de su divina bondad, como cantamos en el salmo de hoy. Movido por el amor, Dios escogió a Abraham, y de sus descendientes constituyó a su propio pueblo, como recuerda Moisés en la primera lectura (cfr. Dt 4, 20-37) A través de los Israelitas, Él reveló a las naciones que es el Único Señor. La Palabra de Dios se encarnó en Jesús, «hijo de Abraham» (Mt 1,1). Él nos enseña, en el Evangelio de este domingo, que el único Dios es Padre, Hijo y Espíritu y que desea hacer suyos a todos los pueblos. Como hizo con Israel al sacarlo de Egipto, Dios nos liberó de la esclavitud; eso es lo que San Pablo nos dice en la epístola de hoy. Así como adoptó a los israelitas como hijos, (cfr. Rm 9, 4), ahora nos da su Espíritu, gracias al cual podemos reconocerlo como «Padre nuestro». Como herederos de Dios, hoy asumimos los compromisos de Moisés y Jesús. Debemos poner nuestros corazones en Él y hacer todo lo que nos ha mandado. La Eucaristía es el cumplimiento de su promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo; es la garantía de que Él nos librará de la muerte para vivir por siempre en la tierra prometida de su Reino. |
Mon, 14 May 2018
Readings: Acts 2:1-11 |
Mon, 14 May 2018
Lecturas: El don del Espíritu Santo al nuevo Pueblo de Dios es el acontecimiento que corona el plan de salvación del Padre. La fiesta judía de Pentecostés convocaba a todos los judíos devotos a Jerusalén, para celebrar su nacimiento como pueblo escogido de Dios, bajo la Ley dada a Moisés en el Sinaí (cfr. Lv 23,15-21; Dt 16, 9-11). La primera lectura de hoy nos muestra cómo los misterios prefigurados en esa fiesta se cumplen en el momento en que se derrama el Espíritu sobre María y los Apóstoles (cfr.Hch 2,14). El Espíritu sella la nueva Ley y el nuevo pacto traído por Jesús, escrito no sobre tablas de piedra, sino sobre los corazones de los creyentes, según lo que prometieron los profetas (cfr. Jr 31,31-34; 2 Co 3, 2-8; Rm 8,2). El Espíritu es revelado como el aliento dador de vida del Padre, la Voluntad por medio de la cual Él hizo todas las cosas, como nos dice el salmo de hoy. En el principio, el Espíritu era “viento de Dios” que “aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Y en la nueva creación de Pentecostés, ese mismo Espíritu viene como un “viento fuerte, impetuoso” para renovar la faz de la tierra. Así como Dios modeló al primer hombre a partir del barro y lo llenó con su Espíritu (cfr. Gn 2,7), en el Evangelio de hoy vemos al Nuevo Adán que comparte el Espíritu vivificador, soplando sobre los apóstoles y dándoles nueva vida (cfr. 1 Co 15, 45.47). Como río de agua viva para todas las generaciones, Él derramará su Espíritu mediante su Cuerpo, la Iglesia, como nos dice la epístola de hoy (ver también Jn 7, 37-39). Recibimos ese Espíritu en los sacramentos; por el Bautismo somos hechos una “nueva creación” (cfr. 2 Co 5,17; Ga 6, 15). Alimentándonos del único Espíritu en la Eucaristía (cfr. 1 Co 10, 4), somos los primeros frutos de una nueva humanidad, nacida de cada nación que existe bajo el cielo, sin distinciones de lengua, raza o condición social. Somos gente nacida del Espíritu. |
Mon, 7 May 2018
Readings: Acts 1:15-17, 20-26 Psalms 103:1-2, 11-12, 19-20 1 John 4:11-16 John 17:11-19 Today’s First Reading begins by giving us a time-frame—the events take place during the days between Christ’s ascension and Pentecost. We’re at the same point in our liturgical year. On Thursday we celebrated His being taken up in glory, and next Sunday we will celebrate His sending of the Spirit upon the Church. Jesus’ prayer in the Gospel today also captures the mood of departure and the anticipation. He is telling us today how it will be when He is no longer in the world. By His ascension, the Lord has established His throne in heaven, as we sing in today’s Psalm. His kingdom is His Church, which continues His mission on earth. Jesus fashioned His kingdom as a new Jerusalem, and a new house of David (see Psalm 122:4-5; Revelation 21:9-14). He entrusted this kingdom to His twelve apostles, who were to preside at the Eucharistic table, and to rule with Him over the restored twelve tribes of Israel (see Luke 22:29-30). The twelve apostles symbolize the twelve tribes and hence the fulfillment of God’s plan for Israel (see Galatians 6:16).That’s why it is crucial to replace Judas—so that the Church in its fullness receives the Spirit at Pentecost. Peter’s leadership of the apostles is another key element of the Church as it is depicted today. Notice that Peter is unquestionably in control, interpreting the Scriptures, deciding a course of action, even defining the nature of the apostolic ministry. No one has ever seen God, as we hear in today’s Epistle. Yet, through the Church founded on His apostles, the witnesses to the resurrection, the world will come to know and believe in God’s love, that He sent His Son to be our savior. Through the Church, Jesus’ pledge still comes to us—that if we love, God will remain with us in our trials and protects us from the evil one. By His word of truth He will help us grow in holiness, the perfection of love. |
Mon, 7 May 2018
Lecturas:
La primera lectura de hoy está enmarcada en los acontecimientos que suceden entre los días después de la Ascensión del Señor y Pentecostés. Estamos en el mismo punto en el calendario litúrgico. Este jueves celebramos la Ascensión del Señor en gloria y el otro domingo celebraremos el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia. La oración de Jesús que escuchamos en el evangelio expresa sentimientos de despedida y a la vez de espera de Pentecostés. Nos dice cómo serán las cosas cuando él ya no esté físicamente entre nosotros. Por su Ascensión, el Señor está sentado en su trono en el Cielo, como menciona el salmo responsorial. Su Reino, la Iglesia, continúa su misión en la tierra. Jesús ha configurado su Reino como una Nueva Jerusalén y como una nueva casa de David (cfr. S 122,4-5; Ap 21, 9-14). Él entregó este reino a los apóstoles, quienes presidirán la mesa Eucarística y que “juzgarán a las doce tribus de Israel” (Cfr. Lc 22, 29-30). Los doce apóstoles simbolizan las doce tribus y, por tanto, cumplen el plan de Dios para Israel (Cfr. Ga 6,16). Por esto era imprescindible sustituir a Judas Iscariote, de modo que la Iglesia en plenitude recibiera el Espíritu Santo en Pentecostés. El liderazgo de San Pedro es otro elemento clave en la Iglesia, destacado en estas lecturas dominicales. Muestran a Pedro ejerciendo una autoridad incuestionable. Él interpreta las escrituras, él decide como actuar; incluso define la naturaleza del mismo ministerio apostólico. “A Dios nadie le ha visto nunca” dice la Epístola de este domingo. Sin embargo, a través de la Iglesia fundada sobre los apóstoles, testigos de la resurrección, el mundo conocerá y creerá en el amor de Dios, quien envió a su Hijo para ser Nuestro Salvador. Por medio de la Iglesia, la promesa de Jesús llega hasta nosotros: Si amamos, Dios estará con nosotros en nuestras pruebas y nos protegerá del Maligno. Con su Palabra de verdad, nos ayudará crecer en santidad, a alcanzar la perfección en el amor. |